El incómodo espectáculo del Toro de Lidia en la cultura actual

El origen de las corridas de toros se relaciona con los ritos religiosos de sacrificio de animales y con la herencia del circo romano. Es una fiesta hispánica que únicamente dejó de celebrarse durante la ocupación musulmana. En la edad media se retomó la tradición como un deporte de la nobleza, relacionado con la caza a caballo y con la lanza, que originó lo que actualmente se denomina el rejoneo. La forma moderna de la corrida de toros surge en el siglo XVIII, cuando la plebe comienza a prescindir del caballo y a torear de pie, convirtiendo la corrida en un deporte popular con unas reglas establecidas.

El torero es el gran protagonista de la faena, en la que demuestra su valor y su destreza con el toro. El público va a ver como el hombre prevalece frente a la bestia, temerá un poco por la integridad física del torero y recompensará que el toro sea muerto de una estocada limpia.

Es probable que el toro bravo fuera una especie en peligro de extinción sino fuera por la industria ganadera del toreo. El toro bravo es más cotizado cuanto mejor es su aspecto, por lo que son criados en condiciones excepcionales, al aire libre y con el menor contacto humano. El precio que pagan por estos privilegios es el espectáculo de su muerte.

Es un destino afortunado si lo comparamos con el de las otras especies de la industria ganadera, donde los animales son encerrados en el mínimo espacio, sometidos a tratamientos hormonales para que sean mayores y crezcan más rápido. Cuya muerte se realiza de forma industrial y masiva, lejos de nuestros ojos, donde ya no se habla de animales sino de unidades de producción.

Al presenciar una corrida de toros protesta nuestra sensibilidad, sentimos compasión por el toro, lo vemos cercano, real, parte de nuestro mundo. Pero es a nuestra sensibilidad a la que estamos protegiendo, no al toro. Todos sabemos de dónde proviene la carne que compramos en el supermercado, para nosotros lo más importante es el precio que pagamos, por lo que todos miraremos hacia otro lado si las condiciones de estos animales no son las óptimas.

Es la ley del más fuerte, una ley que puede parecer cruel y a la que todos estamos sometidos, hombres y animales, aunque la civilización la intente enmascarar y controlar.

Que las corridas de toros hayan pervivido a través de los siglos nos permite conectar con las tradiciones de nuestros ancestros y nos expone al incómodo espectáculo de nuestra verdadera naturaleza. Pero la muerte del toro es pública y no se le niega su dignidad.

Marta
(MADRID)